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No es ningún secreto que los hijos México no saben cómo tratar al padre del país: ¿Héroe o villano? ¿Genocida o creador? Y mientras siguen debatiendo qué hacer con
el legado de Hernán Cortés, la tumba del conquistador español permanece semioculta tras ser víctima de una intensa persecución en el pasado y de estar siete veces dando tumbos.
«Si agitada fue la vida del creador de la nación mexicana, como denominó a Cortés por vez primera don José Vasconcelos, no fueron menos azarosas las vicisitudes de sus restos mortales, trasladados, escondidos, honrados, cambiados de lugar, vilipendiados, amenazados de ser aventados, desenterrados, ocultados, perdidos, hallados, analizados y vueltos a enterrar. Y me guardaría mucho de profetizar, y aun de creer, que haya concluido para siempre el deambular de su cuerpo muerto, en esta tierra tan amada por él, y en la que tanto deambuló él en vida», explicaba Torcuato Luca de Tena en las páginas de ABC el 3 del 12 de 1980 con un artículo titulado ‘Los restos de don Hernán Cortés fueron enterrados siete veces’.
Cortés fue enterrado siete veces, primero en la villa de Santiponce; la segunda, en el convento de padres franciscanos de Texcoco; la tercera, en la iglesia de San Francisco el Grande, ya en la ciudad de México; la cuarta, en el monumento funerario que talló el gran artista valenciano Manuel Tolsa para el templo de Jesús Nazareno; la quinta, en los sótanos del mismo recinto, bajo el altar mayor; la sexta, en un nicho que quedó tapiado durante un siglo, hasta que fue descubierto casi en nuestros días; la séptima, en el mismo lugar, tras seis meses en que permaneció insepulto.
Una larga andadura para los restos de un personaje igual de viajero e intrépido durante su vida.
¿Cómo se produjo una aventura tan prolongada?
Tras sus éxitos militares en el nuevo continente, Hernán Cortés se cuidó de regresar a Castilla a dar cuenta de sus éxitos a
Carlos I de España. La relación fue durante un tiempo cordial con el Rey, pero con el tiempo Cortés pasó a engrosar contra su voluntad la lista de nobles que merodeaban la Corte mendigando por cargos y prebendas. El extremeño, no obstante, se consideraba merecedor de reconocimientos sin necesidad de estar reclamando favores. «¿Es que su Majestad no tiene noticia de ello o es que no tiene memoria?», escribió Hernán Cortés, sin pelos en la lengua, ante las promesas incumplidas del Monarca.
Para los europeos, los méritos en América sonaban a poca cosa y no requerían tanta atención. Con todo, el Rey le concedió un botín considerable –extensas tierras, el cargo de capitán y el hábito de la Orden de Santiago –, acaso insuficiente a ojos de Cortés.
A finales de 1545, el conquistador se trasladó a Sevilla con la intención de viajar una vez más a México, quizás con el sueño de acabar sus días allí. No pudo conseguirlo, pues murió víctima de la disentería. El extremeño falleció en Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547 de un ataque de pleuresía a la edad de 62 años. Su testamento estipulaba que fuera enterrado en México, aunque de forma provisional quedó en el panteón familiar de los duques de Medina-Sidonia, que habían velado por su bienestar en su etapa final.
En 1562, dos de los hijos de Cortés, Martín –nuevo marqués del Valle– y Martín –el que tuvo con la intérprete nativa doña Marina– llevaron los restos de su padre a México y le dieron sepultura en San Francisco de Texcoco. Comenzó entonces el largo peregrinaje de sus restos por la geografía mexicana. En 1629, quedó en una iglesia de Ciudad de México , y luego, en 1794, en una fundación religiosa de la misma ciudad. Este nuevo traslado obedecía al interés del virrey, Conde de Revillagigedo, por dar un mausoleo más pudiente al héroe hispánico a costa del dinero de personajes influyentes de la ciudad.
Pero, la independencia de México cambió radicalmente la imagen que tenía el país sobre Cortés. El extremeño tornó a ser el representante de la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca, bajo cuyo divino manto se cubrieron los libertadores, e incluso fue tildado como genocida. A diferencia de otros países como Colombia que sí conservó el culto a
Benalcázar o Ecuador con Orellana –en un intento de dar sentido histórico a sus países–, la oposición a Cortés se mantuvo firmemente enraizada hasta el punto de que en la actualidad no hay ninguna estatua de cuerpo entero del conquistador en todo el país. No en vano, los murales del artista mexicano Diego Rivera, pintados entre 1923 y 1928, recogen el sentimiento dominante sobre la figura del conquistador. Cortés es una criatura encorvada y llena de deformidades que tiene el oro como única motivación.
Poco después de la independencia, empezaron a correr pasquines que incitaban al pueblo a destruir el sepulcro. Previniendo la inminente profanación, las autoridades eclesiásticas decidieron desmontar el mausoleo y ocultar los huesos . En la noche del 15 de septiembre de 1823, los huesos fueron trasladados de forma clandestina a la tarima del altar del Hospital de Jesús y el busto y escudo que decoraban el mausoleo fueron enviados a la ciudad siciliana de Palermo. Trece años después, los restos cambiaron su ubicación a un nicho todavía más oculto, donde permanecieron en el olvido durante 110 años. Su ubicación exacta fue remitida a la Embajada de España a través de un documento que fue perdido y luego recuperado en 1946 por investigadores del Colegio de México, quienes asumieron la aventura de buscar los restos ocultos. El domingo 24 de noviembre de 1946 hallaron los huesos y los confiaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia .
El 9 de julio de 1947, tras un estudio de los huesos, Cortés fue enterrado de nuevo en la iglesia Hospital de Jesús con una placa de bronce y el escudo de armas de su linaje. La única estatua de Cortés erigida en territorio mexicano permanece junto a esta humilde tumba, cuya existencia se guarda de forma discreta en un país que, en su mayor parte, sigue sin asumir el papel que jugó el conquistador en su fundación.
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