Nadie sobrevive a Interior. «Es una cartera que achicharra», dice de forma gráfica un alto mando policial. No es un ministerio de largas permanencias, pero Fernando Grande-Marlaska (Bilbao, 1962) se convertirá en enero en el ministro más longevo de la democracia al frente del mismo. Barrionuevo lo fue durante 5 años y ocho meses y su sucesor, Corcuera, estuvo al frente solo cuatro meses menos. El juez tomó posesión en junio de 2018 por lo que, tras confirmarse su continuidad, arrancará 2024 con ese palmarés récord. Las fechas importan por lo infrecuente que es mantenerse en el «potro de tortura», el que más desgasta y que está abonado a las polémicas.
Hasta ahora Marlaska las ha esquivado todas, exhibiendo una piel de paquidermo que contrasta con su aparente arquitectura frágil. Su prestigio ganado a pulso en la Audiencia Nacional se ha erosionado a velocidad constante desde que Sánchez le nombró ministro sin ser miembro del PSOE, pero a él no parece pasarle factura. «Ha aprendido a relativizar y a encajar las críticas: las políticas y las de los medios. Al principio sufría mucho más», dicen desde su entorno.
Algunas fuentes próximas a él apuntan que «nunca se quita la toga», una afirmación cuestionable si se pasa por el filtro de su elocuente silencio respecto al tema central de la prelegislatura: la ley de amnistía a los independentistas. Cada vez que se le ha preguntado esquivaba la respuesta. Algo sí ha cambiado, porque en 2019, durante un acto en Algeciras, se mostró rotundo: «La amnistía no se contempla en el ordenamiento jurídico», afirmó. No fue la única vez que se mostró en contra. Ahora, como al resto de ministros, le tocará defender sus ‘bondades’, pese al evidente cuestionamiento social de una parte de los españoles.
En las últimas dos semanas, la actuación de la Policía en las protestas de Ferraz está generando un aluvión de críticas. Marlaska no se ha pronunciado en público pero desde su ministerio hay un cierre de filas con la actuación policial y aseguran no haber impartido ninguna orden política sobre cómo deben ser esas cargas.
En el acto central del Día de la Policía en Salamanca, el pasado septiembre en cuanto el maestro de ceremonias pronunció su nombre estallaron los gritos de «fuera» y «dimisión». Los pitidos y abucheos arreciaron cuando pasó revista a la formación. Marlaska presidía un acto solemne y era evidente la incomodidad de la mayoría. Pero en su discurso sacó pecho y siguió: «No olvidéis que hoy es el día de la Policía Nacional y se ha venido a rendir homenaje a la Policía Nacional», dijo alzando la voz y, contra todo pronóstico, consiguió que surtiera efecto. Le despidieron igual, pidiendo su dimisión, aunque tampoco pareció inmutarse.
«Si no llega a reaccionar así, hubiera hundido el acto», comentaba un comisario principal en los corrillos posteriores en los que no faltaron críticas a algunas de las condecoraciones concedidas, como la del presidente del TC, Cándido Conde-Pumpido, que los sindicatos policiales impugnarán y que no se le impuso al magistrado en ese acto.
Cicerón y la resistencia
«La evidencia es la más decisiva demostración». El ministro recurrió a esta frase de Cicerón unos días después de tomar posesión en 2018. Y sigue amparado en esas evidencias que lo han parapetado de los bailes del Consejo de Ministros, al tiempo que se ha ido sumando con entusiasmo a los actos del partido y al proyecto sanchista. En un mitin en Getafe en la campaña a las elecciones de la Comunidad de Madrid (abril 2021) habló de los casos Lezo, Púnica y Máster y a continuación de «organización criminal». El PP pidió su dimisión por esa grave acusación, pero él reculó y aseguró que solo aludió a «personas concretas».
El juez que venía de ser vocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PP no ha estado en ninguna de las quinielas de salida del Gobierno ni se ha «achicharrado», pese a las crisis migratorias de Ceuta (se colaron más de diez mil personas); Melilla (con más de una veintena de muertos en la valla) o la del barco de la Guardia Civil que devolvió a Senegal a 168 migrantes o la última de Canarias, que ha superado a la de los cayucos de 2006. Son una muestra mínima de los frentes que han sacudido al Ministerio los últimos cinco años.
«Cuando hubo cambio de ministros, el presidente lo confirmó expresamente», aseguran fuentes de Moncloa consultadas por ABC. Y ahora ha revalidado esa posición. Quienes están cerca de Marlaska aseguran que la inmigración es lo que le roba más tiempo, lo que más le preocupa y lo más ingrato. «No soporta el populismo y lleva mal que nunca se destaquen los aciertos en estas políticas tan delicadas».
Pero ni la epidermis de paquidermo ni el ‘escudo’ que supone para él tener al lado a Rafael Pérez, secretario de Estado y amigo, le han bastado para esquivar los desencuentros con una parte de la cúpula de la Guardia Civil. Primero cesó a Manuel Corbí, jefe de la UCO, y amigo personal. En el Instituto Armado muchos lo vivieron como una afrenta. A ese cese le sucedió otro que pasados más de tres años le sigue dando quebraderos de cabeza: el del coronel Pérez de los Cobos.
El Tribunal Supremo ha anulado dos veces sendas decisiones tomadas por Marlaska respecto al coronel, la última en septiembre. En marzo, el Alto Tribunal determinó que el cese del mando fue ilegal y ordenó restituirle al frente de la Comandancia de Madrid. Ahora el TS ha sentenciado que el Gobierno no motivó su decisión de elegir a otros tres candidatos a generales y no ascender a De los Cobos, número 1 del escalafón.
El ministro lo despachó así: «Simplemente ha manifestado que en el proceso de ascenso de tres generales desde la Dirección General de la Guardia Civil no se cumplimentó suficientemente el informe de evaluación o idoneidad de los candidatos. Es una cuestión meramente formal».
ETA y los presos
Marlaska sostiene en privado que ambas decisiones de sus antiguos compañeros de toga buscan socavarlo y obedecen a presiones. «Con lo de Diego no estuvo bien asesorado. No por la decisión, de la que no tiene duda, sino porque debería haberlo amarrado mejor. Se puso en el papel de ministro y se tenía que haber puesto en el de juez», reflexiona un mando.
Quienes le conocen lo definen como alguien «muy cariñoso y cercano, que se lo sabe todo y pregunta hasta la saciedad lo que no sabe». «Siempre ha cerrado filas con la Policía y con la Guardia Civil, a sabiendas del coste político que acarrea. En Melilla o con algunas actuaciones delicadas quedó clarísimo», sostiene otra fuente.
Ese conocimiento profundo y el haber estado en el punto de mira de ETA son la causa de la decepción de muchas víctimas del terrorismo que se niegan a comulgar con la política de pactos del Gobierno y los más de 200 traslados de presos etarras. La AVT no le perdona -y coincide con los sindicatos y asociaciones policiales- en que ha sido «el peor ministro del Interior». Pero Marlaska resiste -«le va la marcha»- y quería continuar. Su marido, Gorka Arotz, es quien peor lo lleva. Cuentan que le ha llegado a pedir a Sánchez que lo cese.