se amontonan en el campo, a pleno sol, y nadie los reclama

Amerezgan es una pequeña aldea de alto Atlas a sólo tres kilómetros del epicentro de terremoto. Allí la mezquita sobrevive en pie a duras penas. La ayuda humanitaria llega en burro. La carretera estuvo cortada desde el viernes. Tres días después de la sacudida que ha dejado más de 2.000 muertos en Marruecos, los vecinos se concentran que una casa con las paredes llenas de grietas. Las vistas de la montaña son tan impresionantes como la devastación que se observa. Los heridos, rescatados en las primeras horas, llevan esperando la ayuda varios días. Más allá solo se puede ir a pie. El ejército mapea con drones los pueblos destruidos, los helicópteros llevan efectivos a las zonas inaccesibles, la muerte ha tomado la región.

Ahmid está con un grupo de vecinos cerca de una pequeña aldea de Tasaft, en pleno corazón del Atlas. Llama a un grupo de hombres y empiezan a hacer cuentas. Repasan nueve ‘duar’ (aldeas), cuentan con los dedos, uno aporta seis, otro diez, otro nueve, otro dos… Sigue la cuenta. La cifra sube. El grupo no para de sumar. «Nosotros unos 70. Todos muertos», concluye Ahmid. La afirmación la matiza Omar. «Otros 26 más los han llevado en helicóptero muy graves», reseña este joven, quien explica que han sacado a todos los paisanos de las aldeas que han podido.

Una carretera de tierra convertida en escombrera para llegar a un lugar inaccesible «En algunos sitios están todos muertos», afirma Abdalá. «A muchos de los rescatados de los escombros los hemos llevado nosotros directamente en coche a Marrakech», explica Omar, que narra un camino de tres horas cargado de heridos. «Las ambulancias iban cargadas con hasta nueve personas», añade Ahmid en la zona cero del terremoto.

Es parte de la zona más complicada, a la que sólo se llega por camino llenos de piedras, veredas llenas de polvo donde lo burros son más efectivos que los coches. Allí las familias supervivientes se agolpan entre ruinas o en tiendas de campaña. En la carretera, al amanecer, hay hogueras de las personas que han pasado la noche. «Aquí sacamos a dos mujeres este domingo. Supimos que estaban ahí por el olor», señala Sufian en el último ‘duar’ de Tala Nyacoub ante de la nada.

«Todo se vino abajo»

Es un pequeño núcleo a los pies de la montaña, a sólo 13 kilómetros del epicentro. «En el lugar donde empezó el terremoto hay un pequeño ‘duar’. Solo se puede acceder a pie. Son unas cuatro horas caminando por la montaña», afirma Sufian. Estos pequeños pueblos están antes de la nada absoluta. En este núcleo hay sólo 150 casas. Es parte de la Tala Nyacoub, un municipio mayor. «En cada vivienda hay entre seis o siete personas. En mi familia hay varios heridos que han llevado a Marrakech. Están mal», lamenta Abdalá entre el olor de la olla para el desayuno y el hedor de los animales muertos entre los escombros.

«Fueron solo siete segundos. Una sacudida y todo se vino abajo», explica Sufian entre los escombros del pueblo. «Salí de casa, miré atrás y se derrumbó», cuenta Abdalá con los ojos rojos de llorar por los seres queridos que ha perdido. A sus conocidos los han podido enterrar. Otros no corrieron la misma suerte. «En el cementerio hay un cuerpo en una manta. Nadie sabe quién es. No sabemos de qué familia es. No debe ser del pueblo. Nadie lo ha enterrado», explica Ismail. Finalmente, un grupo de hombres se apiada del desconocido y le da sepultura sin la lasca de piedra que indica el enterramiento y con la manta que liaba el cadáver a un lado, esperando a otro desconocido.

Ambulancias con cadáveres

Ahora descansa junto a un bidón de agua, mientras comienzan a llegar ambulancias a este pequeño ‘duar’. Primero una mujer, luego un hombre y después otro muerto más. Todas transportan cadáveres. «A ella tampoco la conoce nadie. La van a dejar allí a ver si su familia la reclama. Si no, alguien la enterrará», el cuerpo queda en el campo, al sol, cuando el calor aprieta en la zona, oliendo a podrido. Las parihuelas llegan a la puerta del cementerio. No hay tiempo para más. La manta que uno pasa a otro. A los que sí tienen familia se les reza y a recoger al siguiente. «Hemos enterrado a muchos», sentencia Ismail.

En la plaza de Tala Nyacoub los equipos de Emergencia se organizan. Los bomberos de Madrid se preparan para sacar cuerpos atrapados. Entre los camiones, está liado en una manta el cadáver de un hombre. Nadie lo recoge. En medio del dispositivo hay otro muerto olvidado. Finalmente, mientras en las ruinas se buscan personas fallecida entre los escombros, una ambulancia lo recoge y se lo lleva. «Hay muchos sitios donde no ha entrado nadie. Queremos que vayan», señala una familia, que llega a pedir ayuda. Los equipos de rescate internacionales comenzaron a trabajar la madrugada del lunes. Los bomberos de Madrid hicieron un primer chequeo de zonas. En los escombros quedan sólo aquellos que sus familias no han podido sacar. «Aquí ya no queda nadie con vida», lamenta Abdalá.