El papa Francisco ha aterrizado esta mañana –hora local– en Ulán Bator. Comienza así una visita oficial de cuatro días, la primera de un pontífice a Mongolia, marcada por la geopolítica y las particularidades de la comunidad católica del país.
El avión procedente de Roma ha tomado tierra a las diez de la mañana en el aeropuerto internacional Gengis Kan. El papa, desplazado en silla de ruedas tras desembarcar, ha sido recibido por una unidad de la Guardia de Honor presidida por la ministra de Exteriores, Battsetseg Batmunkh. La comitiva le ha ofrecido un «aaruul», yogur seco tradicional, como gesto de «hospitalidad nómada». Tras el saludo protocolario, Francisco ha puesto rumbo directo a la prefectura apostólica, donde pasará el resto de la jornada descansando.
Mongolia representa la única democracia poscomunista de Asia, sistema político que abandonó tras la revolución pacífica iniciada en 1990. El país, sin embargo, permanece atrapado entre las dos principales potencias autoritarias del mundo, China y Rusia. La presencia del papa en su frontera pretende mandar un mensaje a ambas.
Amenaza y guerra
Por un lado, el Vaticano desea seguir profundizando las relaciones con el Partido Comunista Chino, a partir del acuerdo para el nombramiento de obispos alcanzado en 2018 y renovado por última vez a finales del año pasado, pese a las reiteradas protestas por el incumplimiento de los términos por parte del régimen. El medio jesuita ‘America’ informaba ayer que las autoridades chinas habrían impedido a los fieles y obispos del país viajar a Mongolia.
El papa también aspira a impulsar un proceso de paz que ponga fin a la guerra de Ucrania. En días precedentes habría comentado incluso la posibilidad de realizar una parada la ida o a la vuelta para entrevistarse con Cirilo de Moscú, patriarca de la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, la polémica generada esta semana por unas declaraciones del pontífice en las que llamaba a los jóvenes católicos del país a considerarse «herederos de la Gran Rusia», las cuales han provocado una protesta del Gobierno ucraniano, podría rebajar la idoneidad de semejante gesto.
La situación del catolicismo en Mongolia supone asimismo un tema central. La Iglesia reconstruyó su presencia desde cero tras la democratización, por medio de la actividad de misioneros que, tres décadas después, ha generado 1.394 fieles y ocho parroquias. Una comunidad «pequeña en número pero vibrante en su fe y grande en su caridad», según la ha descrito el papa, motivo por el cual ha optado por realizar el largo viaje a pesar de sus 86 años y problemas de salud.
En los próximos días, a Francisco le aguarda una agenda repleta. Mañana sábado empezará con una ceremonia de bienvenida en la plaza Sukhbaatar, seguida de una visita de cortesía al presidente, primer ministro y otras autoridades mongolas en el Palacio de Gobierno; y un encuentro con los religiosos que trabajan en el país. El domingo mantendrá una reunión ecuménica e interreligiosa antes de oficiar una misa multitudinaria en el Steppe Arena, un estadio de hockey sobre hielo con capacidad para 3.600 asistentes. El lunes, por último, inaugurará la Casa de la Misericordia antes de una ceremonia de despedida en el aeropuerto que concluirá la visita.