El Museo Reina Sofía sigue reorganizando su colección girando el mapa. El sur ya no es la periferia. El sur es futuro. Y no es un todo homogéneo. América Latina no es un país y quizás ni siquiera debería llamarse América Latina, lugares para cuestionar incluso el lenguaje colonial del arte. Se llama el segundo capítulo de lo que será el nuevo replanteamiento de la colección permanente que realizó Manuel Borja-Villel durante su etapa al frente de la institución —que se presenta hoy martes— Los enemigos de la poesía. Resistencias en América Latina, y muestra cómo esta región nunca se quedó atrás de Europa y Estados Unidos, sino que se convirtió en un lugar de «experimentación extraordinaria», en el que «lo colectivo importaba más que lo individual» y donde «la cultura popular se mezclaba con la vanguardia», en las palabras del director.
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En 10 salas, más de un centenar de obras, la mayoría nunca expuestas, abarcan tendencias, artistas y coyunturas de los años sesenta a los ochenta tratando de “descentralizar el discurso que se ha leído a esta región como periferia, como sucedió con España en algunos señalar, y mostrar la radicalidad de las prácticas artísticas que tuvieron lugar en ese período ”, explica Lola Hinojosa, responsable de la colección de artes escénicas, y una de las autoras de la reorganización de estos espacios, quien advierte que el museo no tratar de responder a “una moda de coleccionar arte latinoamericano con criterios enciclopédicos”.

El segundo capítulo de la reorganización del Reina Sofía, en imágenes
En América Latina, el radicalismo artístico tuvo que ver -y esa idea aún persiste- con resistencias. Por eso, cuando la poesía de Caetano Veloso se convierte en disco-objeto y llega a las paredes de un museo como el Reina Sofía, no solo dialoga con otras piezas de los contemporáneos del creador, sino que expande el arte en todos los sentidos y se salta algunos cánones. Ese mismo camino de resiliencia siguió el brasileño Ângelo de Aquino, con el llamado arte postal, en medio de la dictadura en su país, eludiendo la censura con una especie de red internacional de obras casi efímeras. Identidad del artista (1973-1984) son 76 expedientes -similares a documentos de identidad- que diferentes creadores de todo el mundo rellenaron con sus datos personales y con propuestas como pinturas y dibujos, muchos de ellos críticos en un período de restricciones para el arte.

A través de fotolibros, el italiano Paolo Gasparini y el mexicano Enrique Bostelmann miraron América Latina. Por eso se llama Para verte mejor, latinoamerica la sala donde se recogen los documentos que “registran las contradicciones y desigualdades” de esta región y las muestran al mundo, explica Isabella Lenza, otra de las responsables de la reorganización de estas salas. Cuando los artistas latinoamericanos miraron hacia adentro en esos años, lo que encontraron fueron dudas sobre su propio origen. El chileno Juan Downey recorrió toda la región con su cámara. De ese viaje vino Video Trans Américas (1976), un periódico audiovisual para intentar unir a los pueblos originarios de América Latina y conectar consigo mismo. «Algunas mujeres que filma le dicen que se está riendo de ellas y eso le ayuda a cuestionarse, porque no es su intención ridiculizarlas, sino ahondar en las relaciones entre ellas», explica Cristina Cámara, responsable de cine y video en el museo.

El colonialismo aparece en la mirada de Downey, como en la de la fotógrafa Claudia Andujar. “Cuentan con la cámara lo que pasa, miran, disparan y seleccionan lo que van a usar. Hacen un uso colonial ”, dice Cámara,“ pero en este ejercicio los propios artistas buscan otras formas de acercarse a las realidades ”. En las fotografias Vertical 9, de la serie Marcado (1981-1983), Andujar trabaja con la comunidad Yanomami en la Amazonía brasileña, con quien convivió durante mucho tiempo. Los retratos de esta serie muestran a personas que han sido numeradas tras una campaña de vacunación y junto a ellas el Reina Sofía ha colocado reproducciones de dibujos realizados por esta comunidad recogidos por la propia Andujar. Los comisionados enfatizan que son facsímiles. Es la forma que tiene la fotógrafa de preservar la obra yanomami: la guarda, no la comercializa.
Arte popular
El arte indígena aparece en estas salas como una reivindicación popular, pero no en los términos que lo hicieron el arte pop estadounidense u otras manifestaciones similares. «Es una expresión contra el capitalismo, contra el desarrollismo impuesto desde arriba», explica Lenzi. Lo popular y lo indígena versus el capitalismo pop. El arte latinoamericano que ahora muestra el museo se manifiesta en instalaciones, obras efímeras, postales, videos, revistas, cuadernos y periódicos que litigan contra las imposiciones artísticas, culturales, sociales y políticas. Gran parte de las obras expuestas han sido adquiridas en los últimos ocho años gracias a la Fundación Museo Reina Sofía, creada en 2012, para atraer coleccionistas y benefactores (preferentemente latinoamericanos).

Las dictaduras neoliberales que devastaron la región no eran cosa del pasado, remarca Borja-Villel, mirando dos obras chilenas en la última de las salas replanteadas. En este espacio se encuentra obra de la Bienal de París de 1982, en la que la reconocida teórica y ensayista Nelly Richard, residente en Chile, encabezó una serie de artistas opuestos a la dictadura de Pinochet que denunciaron, desde el lenguaje del cuerpo, la fotografía y el documental, tortura y represión del régimen. Su mensaje fue algo borroso.
También hay piezas de la exposición. Chile en vivo, de 1987, que fue organizado como un acto de apoyo al país por varios organismos oficiales españoles, pero no por Chile (de hecho, la embajada de Chile en España presentó una denuncia oficial). Este antagonismo se puede ver, por ejemplo, en las diferencias que existen entre la pintura Mudo y desnudo, libertad contra la opresión (1986), que el chileno Roberto Matta realizó expresamente para la exposición basada en la Guernica de Pablo Picasso, y otras obras, como las fotografías que componen la obra A chile (1979-80), de Elías Adasme, quien tuvo que exiliarse a Puerto Rico en 1983 luego de varias detenciones y amenazas de muerte por parte del régimen de Pinochet.
“Un museo no es un repositorio o un almacén, sino un sitio que tiene que brindar a las personas herramientas para comprender dónde se encuentran. Como institución, es casi una obligación moral ”, resume Borja-Villel. La “remodelación total” de la colección permanente del museo, que se conocerá “por episodios” y concluirá en noviembre, es el resultado de un replanteamiento planificado desde antes de la pandemia. En total, será un conjunto compuesto por unas 2.000 obras -el 70% de las cuales no se han mostrado antes- que ocuparán seis espacios diferentes de la galería. Después del episodio latinoamericano, el próximo será exilio y autarquía.